martes, 12 de agosto de 2025

Buenos y malos lectores (y otras falacias del sector literario)

Recuerdo aquel ya lejano 2007, cuando se anunciaba un aparato capaz de almacenar miles de autores favoritos en un mismo lugar: el Kindle. El nuevo temor del sector tradicional —después de la calculadora— había nacido. Lo irónico es que los libros físicos no desaparecieron, a diferencia de los archivos digitales que supuestamente eran “tuyos”, pero en realidad no te pertenecían (técnicamente, no eres dueño de los libros Kindle que compras). La semilla estaba plantada: la tecnología comenzaba a ocupar cada vez más espacio en la vida y el ocio de las personas.

Casi veinte años después, hemos sobrevivido a pandemias, visto desaparecer los DVD, CD y los iPod… todos arrasados por un mismo formato: el streaming y lo digital.
El libro, en cambio, se ha negado a morir en su formato físico, generando incluso grandes beneficios para ciertos actores de la industria. Durante la pandemia, muchas personas —recluidas en casa— se reencontraron con la lectura, mientras que otras tuvieron su primer acercamiento. Leer y releer volvió a ponerse de moda.


Un algoritmo me lo recomendó

Uno de los grandes retos actuales para el hábito lector es el impacto de la tecnología en nuestra capacidad de concentración. “El tiempo promedio que una persona pasa frente a la pantalla de su celular al día es de seis horas con 37 minutos” (Observatorio Tec, 2023). En esta era digital, el cerebro vive estimulado por una dopamina artificial constante. El multitasking —la capacidad de realizar varias tareas al mismo tiempo o alternar entre ellas rápidamente— se ha convertido en la norma.

Las redes sociales, con algoritmos ajustados a nuestras preferencias, hacen que engancharnos sea casi inevitable. En este contexto surge el fenómeno Bookstagram: lectores que aseguran leer hasta 10 libros al mes y cuyas listas de pendientes parecen infinitas. La literatura algorítmica crece, y cada vez más jóvenes se suman a la competencia por ver quién lee más.

Para algunos creadores de contenido, esta dinámica resulta agotadora e incluso genera inseguridades: ¿realmente no estamos leyendo tanto como deberíamos?
Para el decano de la Facultad de Letras de la UCR, una persona debería leer unos 200 libros al año; la cifra actual, afirma, refleja un desprestigio de la lectura y la pérdida de un derecho cultural básico: el acceso al conocimiento, al placer y al aprendizaje. El problema, añade, no es de “analfabetismo intelectual”, sino de “analfabetismo humano” (UCR, 2023).

Ahora bien, referirse a las personas que no han tenido un acercamiento a la lectura de manera integral como ¨analfabetos humanos¨ tampoco ayuda a fomentar el amor por la lectura. Uno como lector y trabajador, leer 2 libros al mes ya es un super éxito. El tiempo es un recurso escaso, especialmente para quienes pertenecemos a la clase trabajadora, con jornadas extenuantes y poco margen para el ocio. A ello se suma el creciente costo de consumir productos culturales.

Muchos títulos presentados como “novedades” pueden leerse en un par de días y están diseñados para que el lector los termine rápido, antes de aburrirse o encontrar otra cosa que le llame la atención. “Son obras pensadas para vender, escalar en el algoritmo de TikTok o Goodreads, pero no para perdurar. Son, en definitiva, una máquina de hacer dinero”, expresa la youtuber Booktrovertida en su video La mentira de leer un libro a la semana. No todo lo que ofrece el mercado es enriquecedor o merece ser consumido; tampoco nuestras lecturas deberían depender de nuestras quincenas. El intercambio de libros es, para muchos lectores, una vía para encontrar literatura de interés que probablemente no descubriríamos en las estanterías de un centro comercial.


¿Vender o formar lectores?

Vivimos en una sociedad que gusta autodenominarse “clase media”, aunque la mayoría somos clase trabajadora, con poco tiempo para disfrutar de nuestros pasatiempos o compartir con nuestros seres queridos. El sistema educativo de las últimas dos décadas no ha logrado sembrar de forma sostenida el hábito de leer por placer.

Gobierno y sector privado hacen sus aportes —el primero con iniciativas como la Fiesta de la Lectura, y el segundo con la Feria Internacional del Libro—, pero con enfoques distintos: el primero parece genuino y sin fines de lucro, mientras que el segundo responde más a las tendencias del mercado.

Si bien actividades como ferias, talleres, lecturas públicas o distribución gratuita de libros pueden fomentar la lectura, el reto es mayor: vivimos en un entorno donde el acceso a la cultura compite con la falta de tiempo y recursos. Las editoriales, por su parte, parecen más atentas a las modas que a la misión de formar lectores, privilegiando títulos pensados para consumirse rápido, escalar en los algoritmos y desaparecer pronto de las estanterías.

Como señalan varios articulistas, toda iniciativa que despierte el interés lector es valiosa. Sin embargo, el estilo de vida actual nos arrastra hacia una decadencia humanística. Los buenos libros deberían estar al alcance de todos, sin importar la solvencia económica o el estatus social.

Muchos repiten el lema “leer es un acto de rebeldía”, pero quizá lo verdaderamente subversivo hoy sea releer, leer con conciencia y disfrutar en silencio, sin imponerse plazos. En tiempos dominados por algoritmos y gratificaciones efímeras, eso sí es un acto revolucionario.

📖 Fuentes consultadas:

Este texto fue redactado y pulido con la ayuda de ChatGP


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