Recuerdo aquel ya lejano 2007, cuando se anunciaba un
aparato capaz de almacenar miles de autores favoritos en un mismo lugar: el
Kindle. El nuevo temor del sector tradicional —después de la calculadora— había
nacido. Lo irónico es que los libros físicos no desaparecieron, a diferencia de
los archivos digitales que supuestamente eran “tuyos”, pero en realidad no te
pertenecían (técnicamente, no eres dueño de los libros Kindle que compras). La
semilla estaba plantada: la tecnología comenzaba a ocupar cada vez más espacio
en la vida y el ocio de las personas.
Casi veinte años después, hemos sobrevivido a pandemias,
visto desaparecer los DVD, CD y los iPod… todos arrasados por un mismo formato:
el streaming y lo digital.
El libro, en cambio, se ha negado a morir en su formato físico, generando
incluso grandes beneficios para ciertos actores de la industria. Durante la
pandemia, muchas personas —recluidas en casa— se reencontraron con la lectura,
mientras que otras tuvieron su primer acercamiento. Leer y releer volvió a
ponerse de moda.
Un algoritmo me lo recomendó
Las redes sociales, con algoritmos ajustados a nuestras
preferencias, hacen que engancharnos sea casi inevitable. En este contexto
surge el fenómeno Bookstagram: lectores que aseguran leer hasta 10
libros al mes y cuyas listas de pendientes parecen infinitas. La literatura
algorítmica crece, y cada vez más jóvenes se suman a la competencia por ver
quién lee más.
Para algunos creadores de contenido, esta dinámica resulta
agotadora e incluso genera inseguridades: ¿realmente no estamos leyendo tanto
como deberíamos?
Para el decano de la Facultad de Letras de la UCR, una persona debería leer
unos 200 libros al año; la cifra actual, afirma, refleja un desprestigio de la
lectura y la pérdida de un derecho cultural básico: el acceso al conocimiento,
al placer y al aprendizaje. El problema, añade, no es de “analfabetismo
intelectual”, sino de “analfabetismo humano” (UCR, 2023).
Ahora bien, referirse a las personas que no han tenido un
acercamiento a la lectura de manera integral como ¨analfabetos humanos¨ tampoco
ayuda a fomentar el amor por la lectura. Uno como lector y trabajador, leer 2
libros al mes ya es un super éxito. El tiempo es un recurso escaso,
especialmente para quienes pertenecemos a la clase trabajadora, con jornadas
extenuantes y poco margen para el ocio. A ello se suma el creciente costo de
consumir productos culturales.
Muchos títulos presentados como “novedades” pueden leerse en
un par de días y están diseñados para que el lector los termine rápido, antes
de aburrirse o encontrar otra cosa que le llame la atención. “Son obras
pensadas para vender, escalar en el algoritmo de TikTok o Goodreads, pero no
para perdurar. Son, en definitiva, una máquina de hacer dinero”, expresa la
youtuber Booktrovertida en su video La mentira de leer un libro a la semana.
No todo lo que ofrece el mercado es enriquecedor o merece ser consumido;
tampoco nuestras lecturas deberían depender de nuestras quincenas. El
intercambio de libros es, para muchos lectores, una vía para encontrar
literatura de interés que probablemente no descubriríamos en las estanterías de
un centro comercial.
¿Vender o formar lectores?
Vivimos en una sociedad que gusta autodenominarse “clase
media”, aunque la mayoría somos clase trabajadora, con poco tiempo para
disfrutar de nuestros pasatiempos o compartir con nuestros seres queridos. El
sistema educativo de las últimas dos décadas no ha logrado sembrar de forma
sostenida el hábito de leer por placer.
Gobierno y sector privado hacen sus aportes —el primero con
iniciativas como la Fiesta de la Lectura, y el segundo con la Feria
Internacional del Libro—, pero con enfoques distintos: el primero parece
genuino y sin fines de lucro, mientras que el segundo responde más a las
tendencias del mercado.
Si bien actividades como ferias, talleres, lecturas públicas
o distribución gratuita de libros pueden fomentar la lectura, el reto es mayor:
vivimos en un entorno donde el acceso a la cultura compite con la falta de
tiempo y recursos. Las editoriales, por su parte, parecen más atentas a las
modas que a la misión de formar lectores, privilegiando títulos pensados para
consumirse rápido, escalar en los algoritmos y desaparecer pronto de las
estanterías.
Como señalan varios articulistas, toda iniciativa que
despierte el interés lector es valiosa. Sin embargo, el estilo de vida actual
nos arrastra hacia una decadencia humanística. Los buenos libros deberían estar
al alcance de todos, sin importar la solvencia económica o el estatus social.
Muchos repiten el lema “leer es un acto de rebeldía”, pero
quizá lo verdaderamente subversivo hoy sea releer, leer con conciencia y
disfrutar en silencio, sin imponerse plazos. En tiempos dominados por
algoritmos y gratificaciones efímeras, eso sí es un acto revolucionario.
📖 Fuentes consultadas:
- La
Nueva. (2017). El e-book no supera el 2% de consumo en Argentina.
La Nueva Provincia. https://www.lanueva.com
- Observatorio
Tec. (2023). Por qué hemos dejado de leer. Tecnológico de
Monterrey. https://observatorio.tec.mx/por-que-hemos-dejado-de-leer
- Universidad
de Costa Rica. (2023, 5 de enero). Del dicho al texto hay mucho trecho.
UCR Noticias. https://www.ucr.ac.cr/noticias/2023/1/05/del-dicho-al-texto-hay-mucho-trecho.html
- Booktrovertida.
(2022). La mentira de leer un libro a la semana [Video]. YouTube. https://www.youtube.com/watch?v=PJAqNbkdv08
✍ Este texto fue redactado y
pulido con la ayuda de ChatGP
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