Durante el transcurso de esta semana han salido varios reportajes y cartas de opinión sobre el quehacer de las bibliotecas y del sector público para incentivar la lectura en la población. Si bien no dudo de la preocupación verdadera y válida de las personas que han compartido sus palabras con los lectores o televidentes de dichos medios, el problema —según la opinión de este su servidor— va más allá de señalar o lamentar.
Todo empieza en donde nadie se anima a generar
cambios.
Es un secreto a voces que muchos de los
proyectos culturales de nuestro país —especialmente en el sector público— están
acaparados por gestores que llevan años en sus funciones. Si bien su labor y
entrega han sido reconocidas (aunque sea entre ellos mismos), la permanencia
tan prolongada de dichos personajes crea sesgos y favoritismos que, a la larga,
no ayudan al sector meta, es decir, a la población.
Se conforman con eventos grandes como el Transitarte o, muchos años atrás, Enamorate de tu ciudad, para ofrecer cultura
a los josefinos (otra falencia, pues solo se concentran en la capital y
dependen del Ministerio de Cultura).
La obra gris
La realidad en la que vivimos va más allá del
tribalismo reinante. Hoy, lamentablemente, la polarización está cada vez más
presente en todos los ámbitos de nuestras vidas. Llamar “zurdo” o “chabestia” a
las personas que no se acoplan a nuestra manera de ver el mundo no ayuda en
nada a la comunidad. Si realmente queremos que las personas cooperen entre sí,
no debemos desacreditarlas ni asumir posiciones de superioridad ante ellas.
Lo que llamo obra gris son los esfuerzos cotidianos que realizamos los libreros independientes para crear, poco a poco,
focos de personas donde la cooperación, el diálogo y los libros se abran
camino, creando puentes fuertes y duraderos. No todo es vender (aunque
dependamos de la actividad económica en la que nos movemos). El afán de solo
querer ganar o sacar su buena porción del pastel es otro factor que ha llevado
a las personas de bajo presupuesto quincenal a alejarse cada vez más de la vida
cultural del país, además de las jornadas laborales agotadoras.
Si bien hay esfuerzos válidos de ciertos
sectores, como instituciones no gubernamentales, por crear comunidad con
horarios accesibles y disponibilidad en fines de semana, el trabajo de acercar
los libros a las personas debemos hacerlo nosotros, quienes trabajamos con
ellos, sin el afán de solo lucrar o figurar. Hacer que las personas amen los
libros es devolverles su merecida dignidad, que a la larga creará hábitos, y
esos hábitos traerán consigo prácticas de consumo que, con el tiempo,
beneficiarán al sector librero del país.
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